Del superhéroe al niño, del niño al superhombre

La moda de las películas de superhéroes hace pensar en el superhombre de Nietzsche. Es cierto que denota una cierta infantilización de la sociedad, pero eso no es necesariamente malo. Nietzsche ya lo vio en el siglo XIX, cuando utilizó la figura del niño para representar al superhombre que está por venir.
Una de superhéroes

Cada nueva temporada la cartelera cinematográfica nos trae un montón de sorpresas, pero en algunos casos la sorpresa sería que no encontrásemos cierto tipo de estrenos. Y no me refiero al fenómeno de las secuelas y las precuelas, con las que los productores estiran el éxito de un película hasta convertirla en una especie de serie con un episodio por temporada. Por cierto, ¿soy el único al que le suena rara la palabra “precuela”?

Me refiero ahora a las películas de superhéroes. No fallan, y últimamente se estrenan varias superproducciones de este género cada temporada.

A mí no me gustan mucho las pelis de superhéroes. Pero, ojo ¡las de dinosaurios me encantan! Quizás soy rarito, pero no tanto. Como las de superhéroes no me gustan, como las encuentro un poco infantiles, tiendo a pensar que su éxito se explica por una progresiva infantilización de la sociedad. Yo soy adulto, y no me gustan porque son cosa de niños. Por tanto los adultos a los que les gustan, que son muchísimos, son un poco infantiles. Nuestra sociedad es cada vez más infantil, la mayoría de los adultos son como niños grandes. ¡Dónde vamos a ir a parar!

Pero luego pienso en las pelis de dinosaurios y empiezo a matizar.

No obstante, hay que ser riguroso. Nos pongamos como nos pongamos, la afición a las pelis de superhéroes denota una cierta infantilización de la sociedad. Eso no se puede negar. ¿Y la afición a las de dinosaurios? También. ¡Pero a mí ésas me gustan! Entonces… puede que la infantilización de la sociedad no sea tan mala. Habrá que investigarlo. Veamos.

Padecemos neotenia, pero no es grave

Una búsqueda rápida sobre el tema en los depósitos del conocimiento humano, es decir, en Google, nos lleva al término neotenia. Viene del griego, así que suena respetable. Os ahorro la búsqueda: la neotenia es un fenómeno que se da en algunas especies animales y que consiste en la persistencia de características juveniles en la edad adulta. Resulta que los humanos somos bastante neoténicos. Simplificando mucho, que para eso estamos en un blog: somos como una especie de chimpancés que no llegamos nunca al estado adulto.

Se han aportado muchas pruebas al respecto, pero la que más apropiada resulta para un blog es ésta: un humano se parece más a un chimpancé niño que a un chimpancé adulto. Si no habéis ido al zoo últimamente, y tampoco sois aficionados a los reportajes de animales que ponen por televisión, recordad una película como El planeta de los simios, o alguna de sus secuelas o precuelas (¡y ya dos veces, la palabreja!). ¿Tampoco? Bueno, pues siempre os quedará Google. Cuando hayáis conseguido tener delante, o en el recuerdo, la imagen de un chimpancé niño, fijaos en que algunos de los rasgos  que son más claramente “simiescos” los tiene menos desarrollados que un chimpancé adulto. Cosas como, por ejemplo, el hocico protuberante y los ojos pequeños, no son tan marcados en los chimpancés niños como en los adultos.

¿Es buena, la neotenia, o es solo una broma evolutiva? Los expertos creen que es buena. En la mayoría de las especies los individuos jóvenes son curiosos, mientras que los adultos son unos sosos. Los humanos no perdemos nunca la curiosidad, y eso nos lleva a querer saber el por qué de las cosas. Y acabamos aprendiendo. También somos juguetones, unos más que otros, y esto no produce ciencia, en principio, pero sí alegría y felicidad. Y cuando se combina con la inteligencia y la curiosidad, las ganas de jugar también puede llegar a producir ciencia.

Por tanto no habría que mirar con desdén la afición a las películas de superhéroes, ni a las de dinosaurios, aunque a uno no le gusten. Son una manifestación de esa neotenia que nos hace humanos, y que nos hace ser más felices. ¿Por qué nos hace ser más felices? Ya he hablado del juego y la alegría. Pero hay algo más. Y voy a lo mío.

La transgresión, la broma. Los niños transgreden las normas continuamente, sea de manera consciente o no. Al hacerlo se burlan de las ellas. Tener una actitud infantil nos ayuda a sobrellevar el peso insoportable de la razón. Parece que hemos desarrollado a la vez una racionalidad asfixiante y una válvula de escape para no asfixiarnos. Somos los únicos que utilizamos pensamiento abstracto, pero también los únicos que reímos. Y reír es transgresor, como mostró de manera magistral Umberto Eco en El nombre de la rosa (también hay peli, y es estupenda). Riamos, pues, y juguemos, y veamos películas de superhéroes, o de dinosaurios, porque todo eso nos hace más humanos, y más felices.

Superhéroes, superhombres y niños
Hablando de superhéroes, también sería apropiado referirse a su papel como encarnación de nuestros ideales, como seres que escapan de nuestras limitaciones y potencian nuestras virtudes. Incluso como modelos, como ideales de la razón, que decía Immanuel Kant. Kant no hablaba de superhéroes, era un adulto más bien soso, por lo que parece, pero hablaba de Dios como ideal de la razón. Y tal vez eso son los superhéroes en la actualidad, los modernos dioses. “¡Ahí te has pasado! —dirá alguno—. Vale que Superman pueda ser un modelo, pero ¿quién querría ser El Increíble Hulk?”. Bueno, vale, me repliego un poco. Pero al menos son modelos de la realización del ideal de la justicia. ¿Qué sería de nosotros, si no estuvieran ellos para defendernos de los villanos? El tema es interesante, y tal vez merezca más atención en otro momento. Ahora quería acabar dando a mi argumento una pátina de seriedad. Ya he citado a Kant, y nadie como él para dar seriedad a cualquier argumento. Pero ha sido de refilón. Kant no habla de superhéroes. ¿Es que hay algún pensador serio, venerable, que se ocupe del tema? Sí: Nietzsche. Para algunos quizá no sea muy serio, pero por lo menos era filósofo, y alemán, y eso ya transmite un nivel.

Nietzsche dejó escrito que el ser humano tenía que dar un paso más en su evolución y convertirse en lo que él llama el Superhombre. Él inventó el concepto, antes de que un espabilado lo pintara vestido de color azul, le pusiera por encima unos calzoncillos rojos y una capa a juego, y le llamara Superman. En Así habló Zaratustra Nietzsche expone las tres transformaciones que tiene que sufrir el espíritu humano en el camino de su superación. Primero es camello, frugal, sufrido. Es el cristiano, que se humilla ante Dios y carga con las culpas. Acepta el “¡Tú debes!” que le imponen. Luego es león, fiera que vive en libertad y que se enfrenta a quien quiera ponerle la mano encima. Es el librepensador, el escéptico. Al “¡Tú debes!” opone el “¡Yo quiero!”, su voluntad.

Parece que el león ya está bien como ideal: es libre, hace lo que quiere. Pero la evolución no se acaba aquí. Ahora debería entrar en escena el Superhombre. Y entra. Es el resultado de la tercera transformación del espíritu. ¿Y cómo lo representa Nietzsche? Como… un niño. El niño es la superación del león. ¿Por qué? Porque encarna el olvido, la inocencia, el juego. No acarrea ningún lastre porque acaba de llegar, no tiene que oponerse a ninguna norma porque nunca ha obedecido ninguna. No teme a nada, no carga con nada, nada le impide vivir en plenitud. Simplemente, juega. Y es feliz.

Para alcanzar el ideal humano, para trascenderlo y convertirse en superhombre, hay que ser como un niño. No lo digo yo, lo dijo Nietzsche. En el siglo XIX y en alemán. ¿Quién puede ponerle pegas?

Un comentario

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