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En La llegada, película de ciencia ficción, seres extraterrestres transmiten cierto poder a una lingüista encargada de comunicarse con ellos. En mi opinión proyecta al futuro la idea del Eterno Retorno tal como lo planteó Nietzsche, y transmite una interesante actitud sobre la vida, la tragedia y la muerte.
La inversión del Eterno Retorno
El Eterno Retorno es una de las ideas más brillantes de Nietzsche, en mi opinión. Es una metáfora luminosa, de esas que estallan como un relámpago en la noche y te permiten vislumbrar una multitud de formas, todo un mundo que estaba ahí pero que no eras capaz de ver, y luego se desvanecen de inmediato, tan rápido como habían aparecido.
Si alguien te dijera que volverás a vivir una y otra vez la vida que has vivido, por siempre, ¿qué pensarías? El fogonazo de la pregunta ilumina de repente aspectos oscuros de tu existencia: cómo la ves, cómo es, en realidad, cómo quieres que sea, cómo querías que fuera. ¿La aceptas? ¿La quieres cambiar? ¿La puedes cambiar? ¿Estás todavía a tiempo de que el futuro redima al pasado?
Pero es una metáfora, claro. Sabes que no sucederá. Así que te olvidas de ella, cesa el resplandor y vuelves a la rutina de siempre.
La llegada plantea una idea que no puedo dejar de ver como una variante del eterno retorno de Nietzsche. “¿Y si pudieras conocer tu futuro? —plantea— ¿Estarías dispuesto a vivirlo? ¿Y si supieras que va a ser trágico? ¿Estarías dispuesto a tomar las decisiones que sabes que te llevarán a que se cumpla la tragedia?”
Pero, ¿podrías evitarlo? No deberías poder. Estarías encadenado a tu futuro, como en el eterno retorno lo estás a tu pasado. Nuestro concepto del tiempo nos carga con el peso insoportable de la irreversibilidad: lo que has hecho no puedes cambiarlo, tienes que cargar con ello hasta el final. Lo que te ha sucedido no puedes borrarlo.
En la película los extraterrestres transmiten a la protagonista un regalo todavía más envenenado que el de Prometeo: la capacidad de conocer el futuro. Imagínalo. Este supuesto don extendería el peso insoportable de la irreversibilidad hasta el final de la otra mitad de tu vida, la que todavía no has vivido. No solo tendrías que cargar con tu pasado. También con tu futuro. No solo estarías condenado a revivir las tragedias que sucedieron, también tendrías que vivir las tragedias que sabes que sucederán. Con la diferencia de que el pasado puedes tratar de olvidarlo, pero el futuro tendrás que vivirlo forzosamente.
Nostalgia del futuro
¿Qué actitud se puede adoptar ante eso? Me gusta la actitud de la protagonista en la película. Me gusta la forma en que el director nos la transmite. Nostalgia. La aceptación queda soslayada. Cuando recuerdas el pasado con nostalgia, lo aceptas, implícitamente. Lo revives, no lo juzgas. Tal vez algunos acontecimientos te gustaría volver a vivirlos, pero sabes que eso es imposible. Tal vez otros te gustaría que no hubieran sucedido, pero eso también sabes que no puede ser. Aquello pasó, y fue así. Ésa es tu vida, te guste o no.
La película está planteada como un recuerdo nostálgico que es a la vez nostalgia del pasado y del futuro, porque una vez se ha adquirido la capacidad de conocer la parte de tu vida que todavía no has vivido, pasado y futuro pasan a ser algo muy parecido, si no lo mismo. La vida es un palíndromo, como Hannah, el nombre que la protagonista pone a su hija. Porque ves cómo se extiende hacia adelante igual que ves cómo se extiende hacia atrás. ¿Qué diferencia hay entre recordar lo que te ha sucedido el último año y anticipar lo que te sucederá el año próximo? Estás aquí porque te ha traído una cadena de acontecimientos que conoces. Y conoces también la cadena de acontecimientos que te llevará donde estarás dentro de un año. Mirar hacia el futuro es como mirar hacia el pasado, con la única diferencia que el pasado lo viviste y ahora lo revives, y el futuro lo anticipas y luego lo vivirás.
Pero… visto así, ¿qué diferencia hay, entre revivir y vivir? Para nosotros vivir es diferente porque el presente es más intenso, porque está aderezado con la pimienta de la imprevisibilidad, que le proporciona toda la gama de sabores a la que pertenecen la esperanza, el temor, la ilusión, la sorpresa. Pero si ya conoces lo que va a venir, ¿qué diferencia hay, entre anticiparlo y vivirlo?
Como un héroe homérico, la protagonista afronta con serenidad un futuro que, además, sabe que será trágico. Como afronta Aquiles su tragedia inminente en la Ilíada, y mata a Héctor, sabiendo que al hacerlo se condena a una vida corta, aunque gloriosa. Se puede objetar que Aquiles pudo elegir, que pudo quedarse en su tienda, llorando a Patroclo, y recibir a cambio una vida larga y gris. Pero ¿podía elegir, realmente? ¿Podía dominar su ira ante el cadáver de su amigo muerto? ¿Podía vivir una vida larga y tranquila, en la que el hombre que había dado muerte a Patroclo seguiría también viviendo? No, esa vida no la podía vivir, no hubiera sido su vida. En la única vida que podía aceptar tenía que matar a Héctor, y morir poco después, y convertirse en leyenda. Y ser recordado hasta la eternidad.
También eso forma parte de la tragedia, de la de Aquiles ante Troya y de la de cada uno de nosotros ante los particulares combates singulares a los que se ve abocado: la imposibilidad de cambiar nuestros deseos, de refrenar los impulsos poderosos que nos llevan hacia nuestro futuro con la misma inevitabilidad con la que la marea inunda la playa, una y otra vez. La incapacidad de desviarnos de la trayectoria que nos lleva al desastre por el camino más corto, arrollando, como un conductor enloquecido, las barreras que la razón interpone para nuestra seguridad.
Aceptar la vida, aceptar la tragedia, aceptar la muerte
La película deja al margen la paradoja característica de los viajes en el tiempo: la posibilidad de modificar el pasado, o el futuro. Para sus propósitos es indiferente. La protagonista acepta el futuro. Parece creer que no le puede pasar nada mejor, aunque tampoco le puede pasar nada peor. Es su vida y tiene que vivirla.
Pero la situación en la que se encuentra la protagonista, tan inverosímil como parece, y la actitud que adopta ante ella, tan heroica, aparentemente, en el fondo no son más que una metáfora de la vida de cada uno de nosotros, y de la actitud con que la afrontamos. Porque toda vida conduce irremisiblemente a la tragedia, aunque normalmente no por el camino más corto, y nosotros la aceptamos, implícitamente, al seguir adelante. Porque la tragedia básica, la madre de todas las tragedias, su modelo, es la muerte. La vida nos conduce a su fin, a su negación, hagamos lo que hagamos, y lo sabemos. Y la vivimos.
La vida acaba mal. La razón se estrella contra la muerte, incapaz de explicarla, de justificar una existencia que desaparecerá de pronto. Y sin embargo caminamos, e intentamos construir algo que valga la pena, y utilizamos la razón, confiamos en ella, la ponemos como el criterio básico de acuerdo con el cual juzgamos, valoramos, decidimos. Y sabemos que nos acabará traicionando. Toda tragedia es, en el fondo, una variante de esta tragedia básica.
Ciencia y ficción
Acabaré con algunos comentarios sobre el fundamento “científico” de la película.
Es interesante que la capacidad de conocer el futuro no se argumente basándose en explicaciones físicas, sino lingüísticas. Los extraterrestres poseen esa capacidad porque poseen un lenguaje que no contiene tiempo. Que transmite ideas, no acontecimientos. Y lo que hace posible conocer el futuro no es una determinada capacidad de los extraterrestres, sino la propia estructura de ese lenguaje. Es decir: los extraterrestres no poseen una capacidad de la que nosotros carecemos, sino que han desarrollado una capacidad que nosotros no hemos desarrollado. Pero podríamos hacerlo. Yo no sé tocar el piano, y me maravillo ante la capacidad de un buen pianista para crear música, pero no es que él tenga una capacidad que yo no tengo, es solo que yo no la he desarrollado. Puedo aprender a tocar el piano, como la protagonista aprende a conocer el futuro. Y lo hace aprendiendo el lenguaje de los extraterrestres.
El fundamento “científico” (repito las comillas) de todo esto sería una versión, que podríamos calificar como “superfuerte”, de la hipótesis de Sapir-Whorf, según la cual nuestro lenguaje determina nuestro pensamiento. Conocemos, en el fondo, lo que podemos explicar, y la manera como lo explicamos es también la manera como lo vemos. Si pensamos en la relación entre la realidad y lo que conocemos de ella y expresamos a través del lenguaje, podemos ver que hay dos posturas básicas. Se puede partir de una postura realista y decir: la realidad es la que es, la conocemos como es, y al expresarla como la conocemos la estamos expresando como es. Pero también es posible una postura relativista, en la que se basa la hipótesis de Sapir-Whorf: nos centramos en algunos aspectos de la realidad, los que nos son más útiles, y a partir de ellos elaboramos una estructura para explicarla, para movernos por ella con soltura. Y aquí explicarla quiere decir entenderla y también transmitirla, porque ambas cosas son las dos caras de una misma moneda. Según esta postura el lenguaje no expresa la realidad tal como es, sino tal como la ven los hablantes. Y al aprender el lenguaje, se está adquiriendo también esa manera de ver la realidad.
Lo que se plantea en la película vendría a ser una versión “superfuerte” de esta hipótesis, porque se dice que el lenguaje no sólo transmite una determinada visión de lo que hay (como sería, por ejemplo, decir que los niños esquimales aprender a diferenciar más tonos de blanco que el resto de los niños porque en el lenguaje esquimal hay muchas palabras para distinguir muchos matices diferentes del color de la nieve), sino que transmite también elementos profundamente estructurales de nuestro pensamiento. Y al aprender el lenguaje extraterrestre se aprende una idea de tiempo que permite conocer el futuro, igual que los niños esquimales aprenden a distinguir muchos matices de blanco al aprender su lenguaje .
¿Es esto posible? Intentemos imaginarlo. Podemos pensar que los humanos hemos desarrollado, por las razones que sean, una capacidad para explicarnos la realidad que está rabiosamente anclada en el presente. Podemos imaginar (y esto lo imagino yo) que hemos evolucionado sobreviviendo en unas condiciones tan extremas que todo lo que nos importaba era sobrevivir en el instante presente. No podíamos aspirar a nada más, no podíamos perder el tiempo desarrollando otra manera de ver las cosas. Nos centrábamos en el presente, y utilizábamos el recuerdo del pasado para mejorar las condiciones de supervivencia del momento actual. Y así es nuestra visión de la realidad: hay el presente, los recuerdos del pasado, que son también importantes, pero no tanto, y lo que vendrá después, que podemos intentar anticipar, haciendo un gran esfuerzo, pero que queda ya fuera de nuestro alcance.
Imaginemos ahora otra especie que ha evolucionado en unas condiciones tan diferentes que para ellos el presente no es especialmente importante, no más que el pasado o el futuro. El tiempo para ellos no es una barrera, no los limita, como a nosotros. “Estamos tan limitados por el tiempo —dice la protagonista—, por su orden…”. Es lo malo del tiempo, que es unidireccional e irreversible. No como el espacio: yo puedo ir de aquí allá y luego volver de allá aquí, y cuando he vuelto aquí estoy en el mismo lugar en el que estaba antes. Es cierto que el “orden” del espacio también nos limita, porque si ese “allá” está muy lejos, voy a tardar mucho en llegar y me voy a cansar. Pero no es una limitación absoluta: podríamos llegar a recorrerlo. Sin embargo con el tiempo tenemos una limitación absoluta: no podemos recorrerlo más que una sola vez, en un solo sentido. ¿Sería posible desarrollar una visión de la realidad que nos permitiera recorrer el tiempo a voluntad, como el espacio?
Me duele ser pesimista, o por lo menos negativo, pero en este caso tengo que serlo. La descripción que he hecho del proceso evolutivo que nos ha llevado a desarrollar nuestro concepto de tiempo estaba voluntariamente sesgada a favor del presente. Porque la evolución de todo ser vivo, no sólo de los humanos, está encaminada a sobrevivir, es decir, a llegar al futuro, y conocer ese futuro sería la capacidad más útil que podríamos haber desarrollado. Estamos centrados en el presente, pero utilizamos todos los recursos a nuestro alcance para conocer el futuro, para preverlo, para protegernos de él, de los peligros que pueda esconder. Nos interesa tanto el futuro que a menudo el esfuerzo de preverlo nos impide ser conscientes del presente. Cada uno de nosotros en su vida cotidiana sacrifica el presente de mil maneras, dedicándolo a estudiar o a trabajar, a causa de los beneficios futuros que ello le reportará. Es inimaginable que sea posible “ver” el futuro y que nuestra evolución no nos haya llevado por ese camino.
De acuerdo con la lógica de nuestra manera de explicar las cosas, de nuestro conocimiento científico, solo sería posible conocer el futuro si se dieran dos condiciones:
- Que todo lo que sucede estuviera absolutamente determinado por causas, es decir, que fuera cierto un determinismo absoluto, que incluyera nuestra propia conducta.
- Que además pudiéramos llegar a conocer todas las leyes y las condiciones que están en juego a cada instante para producir los cambios que llevan al instante siguiente. Como el demonio de Laplace.
Este determinismo absoluto parece una consecuencia lógica del conocimiento científico: conocer todas las leyes del universo es la aspiración última de la ciencia. Pero lleva a unas consecuencias paradójicas que hacen difícil defenderlo. En otro momento hablaré del tema. Baste ahora decir que en la película estas dos condiciones no se dan, porque los extraterrestres no enseñan a la protagonista toda las leyes científicas que lo explican todo, sino sólo un lenguaje. Y, supuestamente, al enseñarle ese lenguaje le enseñan una visión atemporal del mundo.
En el relato en el que se basa la película se fundamenta un poco más esta capacidad de conocer el futuro, aludiendo al principio de Fermat sobre la trayectoria de la luz. El autor plantea este principio con habilidad, de manera que resulte verosímil la extrapolación de que la luz “sabe” con antelación el destino de su movimiento. La habilidad con que lo plantea el autor es un mérito suyo que proporciona verosimilitud al relato, y éste creo yo que tiene que ser el objetivo de las referencias científicas en los relatos de ciencia ficción. Lo que no podemos hacer es confundir la ciencia ficción con ciencia a secas, y un relato como éste con un artículo de “Science”. La extrapolación que comento es una pirueta en el vacío que no tiene ninguna consistencia. Pero eso no resta interés al relato, y todavía menos a la película. No podemos conocer el futuro, nadie nos puede transmitir esa capacidad enseñándonos un lenguaje. Pero… ¿y si fuera posible? El director consigue hacernos empatizar con la actitud de la protagonista ante esta situación, y al hacerlo nos incita a plantearnos muchas cuestiones interesantes sobre nuestra vida. Sobre la actual, la pasada y la futura. ¡Bravo por él!