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Wilhelm Reich, teórico de la liberación sexual y uno de los profetas de mayo del 68, pensaba que el orgasmo tiene una función básica en nuestras vidas. A nivel individual, libera tensiones físicas y psíquicas. A nivel social, convierte ciudadanos rígidos e intolerantes en luchadores por la democracia y la justicia social. No es poco. Pero en mi opinión se quedó corto: el orgasmo tiene también trascendencia metafísica.
Wilhelm Reich y el Mayo del 68
El mes de mayo de este año se ha cumplido el quincuagésimo aniversario del amago revolucionario que arrancó en París en Mayo de 1968 y que marcó a toda una generación, como mínimo. Y uno de los aspectos en los que dejó una marca más profunda fue en la actitud con respecto al sexo. Hay un antes del Mayo de 1968, en que dominaba el pudor y la hipocresía, y un después, en el que se pregonaba el amor libre, entendido como libertad sexual, y expresado en el lema hippie “Haz el amor y no la guerra”.
Uno de los teóricos de aquella revolución fue Wilhelm Reich. Que no era nazi, a pesar de su apellido, sino comunista. De hecho tuvo que huir de los nazis. Su libro estrella fue “La función del orgasmo”. Y de eso, de Reich, de su libro, y de la función del orgasmo, es de lo que quiero hablar en esta entrada. El orgasmo, y el sexo en general, tienen tanto interés para todo el mundo que no hace falta perder el tiempo justificando por qué se habla de ellos. Por tanto ahí voy, sin más preámbulos.
Reich era médico de formación. Se especializó en psiquiatría y fue colaborador de Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis. Hubo una época en la que éste lo consideró su discípulo más brillante, pero lo cierto es que no fue el único a quien concedió ese privilegio. Freud tuvo una gran cantidad de discípulos brillantes con los que iba rompiendo a medida que se apartaban de la ortodoxia psicoanalítica. Y esto fue lo que sucedió también con Reich.
Nuestro hombre coincidía con Freud en la importancia que tiene en los humanos la libido, esto es, el impulso sexual. En sus últimos años Freud rebajó la preeminencia de este principio al introducir otro, el de muerte, como segundo motor básico de la conducta humana. De manera que Eros y Thanatos, amor y muerte, acabó siendo la dicotomía básica para el psicoanálisis. Pero Reich no le siguió por este camino. Durante toda su vida mantuvo la importancia central de la libido, e incluso la incrementó como consecuencia de sus investigaciones posteriores. A veces se acusa al psicoanálisis de que todo lo explica a partir del sexo. Referida a Freud es una acusación un poco exagerada (solo un poco), pero referida a Reich está plenamente justificada.
Para Reich una vida sexual plena es aquella en que la energía sexual se libera completamente gracias al orgasmo. Y buscó la explicación fisiológica, física, de esta afirmación. La libido de Freud se convierte para él en un proceso bioeléctrico, cuyo potencial midió en una serie de experimentos (no me los quiero imaginar), y gracias a esto pudo establecer su fórmula del orgasmo. Según ésta, el orgasmo es una sucesión de tensión mecánica, carga bioeléctrica, descarga bioeléctrica y relajación mecánica.
Intuitivamente parece lógico. Antes del orgasmo hay excitación, acumulación de tensión. Con el orgasmo hay una descarga, y después viene la relajación. Pero él midió esa “excitación” y esa “acumulación de tensión” como magnitud bioléctrica, concretamente como potencial eléctrico en la piel, y cuantificó los valores que iba adquiriendo a lo largo del proceso.
Lo más original de su fórmula es la conversión que se establece entre energía mecánica y energía bioeléctrica. La excitación sexual empieza siendo tensión mecánica , ésta se convierte en carga bioeléctrica, y cuando se libera produce una relajación mecánica. La energía mecánica se almacena en los músculos: la tensión mecánica es tensión muscular, y la relajación mecánica es relajación muscular. Y eso tiene una consecuencia práctica muy importante. ¿Cómo se queda uno cuando siente excitación sexual pero no llega a gozar de un orgasmo? Mal, está claro. Podríamos decir que se queda frustrado, irritado, desasosegado. Pero esto son estados psíquicos, emociones, sentimientos. Para Reich el aspecto psíquico y el físico son dos caras de la misma moneda: todo fenómeno psíquico se corresponde con uno físico, y al revés. Y la frustración sexual se corresponde, según él, con una tensión muscular que no se ha liberado. Nuestra irritación, nuestro desasosiego, tiene una base fisiológica: la energía sexual acumulada y no liberada nos atenaza la musculatura y nos produce rigidez. Y eso es molesto.
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Sexo y revolución
Ahora se entiende mejor el término liberación sexual para referirse a la actitud que triunfó a partir del Mayo del 68. El sexo con final feliz nos libera, y no sólo en el sentido de que al entregarnos a él rompemos con las restricciones que la sociedad impone a su disfrute. Nos liberamos físicamente. Liberamos energía acumulada, relajamos la musculatura, liberamos tensiones. El orgasmo es higiénico. Y esto es así tanto en el plano físico como en el psíquico, ya que los dos son, en el fondo, lo mismo. Al relajarse la musculatura, nuestro estado físico recupera el tono, y esto se corresponde con una recuperación de nuestro tono psíquico.
El orgasmo cura, en realidad. Según Reich, la acumulación de energía sexual no liberada es causa de malestar físico y psíquico. Muchos problemas psicológicos son causados por la represión sexual, y desaparecen, lógicamente, cuando la represión cesa. Es decir, cuando se alcanza el orgasmo. Ya vemos que se trata de una terapia muy peculiar. La ventaja que tiene es que es agradable por sí misma. Seguramente a mucha gente le gustaría llegar a casa con una receta del médico que contenga la prescripción: “Tener orgasmos muy a menudo”. Aunque no les cure.
Pero las cosas no son tan sencillas. Seguro que hay personas que tienen orgasmos muy a menudo y sufren problemas psíquicos. Y es que para ser eficaz, el orgasmo tiene que ser plenamente satisfactorio, y no siempre estamos en condiciones de que lo sea. Hay una serie de factores que pueden obstaculizarlo. Algunos son personales, como bloqueos provocados por experiencias pasadas que el psicoanálisis pretende descubrir y resolver. Pero otros son sociales, y este es el otro aspecto por el que Reich merece el título de profeta de Mayo del 68.
La sociedad, el Estado, tiende a reprimir la satisfacción sexual. La represión produce ciudadanos angustiados e infelices, y esto realimenta la represión. Porque la represión provoca una situación en la que la excitación sexual causa dolor, ya que no puede ser liberada de manera satisfactoria. Por tanto los propios ciudadanos llegan a considerar que el sexo es malo, y son ellos mismos los que apartan de él, los que se reprimen. Y esto tiene una consecuencia política muy importante. Esta sociedad de ciudadanos auto reprimidos, rígidos, intolerantes, es el caldo de cultivo en el que brotan las ideologías autoritarias como el nazismo.
En definitiva, para Reich la liberación sexual lleva a la revolución social. La revolución sexual es a la vez una revolución política, en la que los ciudadanos liberados acabarán con los regímenes opresores e impondrán regímenes auténticamente democráticos y socialmente justos. El sexo no solo es bueno por sí mismo. Practicarlo es una forma de hacer la revolución. Sexo y revolución: ésta es la esencia de Mayo del 68. Y Reich fue su teórico.
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Elogio y metafísica del orgasmo
Voy a lo mío, ahora. Desde mi punto de vista la exaltación del orgasmo está plenamente justificada. La represión ejercida por la razón nos hace infelices, y la represión sexual es una más de las formas en que la razón produce infelicidad. El sexo debe someterse a la razón, como todo lo demás, y lo restringimos con normas que intentamos seguir. Religiosas, sociales, de buen gusto. Es cierto que cada vez hay menos normas, que cada vez hay más libertad sexual. En este terreno la situación actual no puede compararse con la del año 1968, y las ideas de Reich seguramente han tenido mucho que ver en este cambio.
El sexo pertenece al ámbito irracional, y desarrollarlo contribuye a compensar el peso asfixiante de la razón. No digo que no tenga que haber normas, pero sí que no nos pasemos con ellas. Habría que partir de la base de que el sexo es bueno en sí mismo, y que por tanto reprimirlo es malo. Reich lo argumenta mediante su teoría de que la energía sexual reprimida se convierte en rigidez muscular, pero aunque esta teoría no se acepte, hay que pensar que privarse del sexo es privarse de una de las fuentes de la felicidad. Por tanto, antes de privarnos de él, y, sobre todo, antes de establecer una norma restrictiva, habría que analizar la situación con mucho cuidado, y preguntarse si los beneficios de esa privación o de esa norma son mayores que los problemas que causan.
Por suerte ha triunfado plenamente la idea de que el ámbito sexual es un ámbito irracional, y que, siempre que sea consentido, caben en él cualquier tipo de transgresiones y cualquier tipo de fantasías. Conductas que antes se condenaban como perversiones o desviaciones se consideran hoy en día formas alternativas de practicar la sexualidad, sobre las que no hay nada que comentar si quienes las practican desean hacerlo. No estoy sugiriendo que estas formas alternativas sean mejores que las más habituales, pero sí pienso que deberíamos aprovechar al máximo ese ámbito en el que domina el impulso irracional para sentirnos felices burlando las normas de la razón.
Además, el orgasmo libera. Podemos no estar de acuerdo con la explicación de Reich, pero nadie puede negar, basándose simplemente en su experiencia personal, que el orgasmo libera. Y pueden encontrarse otras explicaciones de este hecho, basadas en la liberación de neurotransmisores, que es lo que hoy en día está más de moda para explicar la conducta humana. Gracias al orgasmo liberamos gran cantidad de dopamina, serotonina y oxitocina, y ese chute nos hace sentir… bueno, ya lo sabéis. Además de darnos placer, estas substancias incrementan la autoestima y la confianza en los demás, y por tanto rebajan el peso de amenazas potenciales que podamos sentir. La razón, las normas racionales, provocan un estado de alerta permanente, de anticipación de situaciones problemáticas, de análisis continuo de riesgos que siempre están ahí. Después de un buen orgasmo no les damos tanta importancia.
Todavía hay más sentidos en los que puede decirse que el orgasmo libera. Se ha comprobado que mientras se produce, se apaga momentáneamente una zona del cerebro, la llamada corteza orbitofrontal (COF). Aunque el conocimiento de las funciones de las diversas áreas cerebrales es un camino resbaladizo que todavía no está suficientemente desbrozado, parece que la COF es responsable de la regulación de la conducta, sobre todo social. De acuerdo con esto, el orgasmo suprime momentáneamente el sentimiento de que debemos someter nuestra conducta a normas de control social. Que nos sentimos libres, vaya. Liberados.
¿Tiene algún otro efecto positivo, el orgasmo? Yo creo que sí. Con lo que llevo dicho tal vez ya no queda nadie leyendo: tal vez todos los lectores hayan decidido pasar de la teoría a la práctica. No los culpo. Pero si queda alguien, o si alguien vuelve, se enterará de que yo creo que la liberación que nos produce el orgasmo es todavía más profunda. Metafísica. Nada más ni nada menos.
La razón nos asfixia, con sus normas, con su coherencia. Y con su concepto de tiempo regular, unidireccional, irreversible. Sentirnos libres del tiempo, aunque sea durante un momento, nos produce una enorme relajación mental. Estamos programados para ir “contando” el tiempo mentalmente, y eso es agotador. El “antes”, “después”, “luego”, “hace rato”, dentro de poco”, están siempre presentes, siempre recordándonos nuestras obligaciones pendientes, nuestros compromisos, nuestros fracasos anteriores, nuestros posibles problemas futuros. Desconectar de todo eso, aunque sea brevemente, comporta una liberación extraordinaria. Y durante el orgasmo sucede. El tiempo se detiene. La pérdida de control que experimentamos incluye también la sensación de parada del tiempo. El orgasmo se siente como fuera del tiempo. En este sentido nos abre una especie de ventana a otra dimensión, a otra vida, a otro mundo. Dura poco, esta sensación, pero su efecto persiste en forma de una actitud que relativiza obligaciones, compromisos, fracasos y problemas. No podemos detener el tiempo, pero sí que podemos relativizarlo. Y eso nos hace más felices.
Y encima nos lo pasamos bien.